Una plumilla sola no puede escribir.
El primer accesorio necesario es un MANGO o PALILLERO
donde montarla, y así poder usarla.
Pero el mostrado de madera – perfecto en su simplicidad -
parece muy “básico”. Seguro que se nos ocurren mejoras y sofisticaciones:
Más gruesos (y pesados) en maderas nobles pulidas,
pintados (más bonitos y suaves), con zona de agarre en corcho (más cómodos), y
luego más “distinguidos” (y caros, para presumir): mango de hueso (otomano),
metálico con hoja de roble figural (canadiense), y “de señora” con mango de
hueso tallado (además de marfil, púa de puercoespín, ámbar, etc.).
Pero – sobre todo los tres últimos – no mejoran al básico
en escritura. Para ello hubo quienes tuvieron una buena idea: los calígrafos norteamericanos
Zaner y Bloser, que tenían una academia de caligrafía (desde 1895, y aún existe
hoy), inventaron un mango ligero y anatómico que luego Esterbrook denominó
“Correct Grip” (agarre correcto).
Otra idea, dado que la plumilla “oblicua” solo existe
para escritura simple, es un “palillero oblicuo” que permite montar cualquier
otra plumilla y mantener la cualidad de “ver” lo que se va escribiendo.
Y se inventaron muchas formas de montaje de las plumillas:
Agujero con cilindro interior – Doble tubo (2) – Tubo con
dobleces – Tubo con cortes remetidos – Corona interna – Tubo interno rasgado
Acabada la escritura, ¿dónde se deja esto pringoso?
En un SOPORTE
Desde
simples chapas troqueladas y unidas por tres barras, a chapas dobladas con
remaches prominentes, a la fundición, y de cristal.
Dos
tienen cepillos para limpiar y proteger las plumillas de la corrosión (si antes
se habían lavado con agua, mejor).
El de fundición y el de
cristal son “a dos lados”, útiles en mesas de agentes comerciales, bancos y agencias
de seguros.
¿Y la tinta? – En el TINTERO.
Los
había de mesa, de todo material no corroible imaginable: vidrio y cristal,
cerámica y loza, baquelita, ebonita, metal con contenedor cerámico o de
cristal, cuerno, conchas de Nautilus, etc.
Y
desde los simples a los más figurativos.
Son en sí mismos objetos de colección, con numerosos libros
sobre ellos.
A la
izquierda, un tintero simple de cristal. En el centro, un tintero de porcelana
holandesa (la francesa de Limoges es famosa). A la derecha, un sofisticado
tintero figurativo en memoria de los blindados Renault Ft 17 de la I Guerra,
donde se accede al tintero de cristal levantando el casco.
Los despachos solían tener
las ESCRIBANÍAS, bases que aglomeraban soportes o bandejas para los palilleros,
uno - o más usualmente - dos tinteros (para rojo, y para negro o azul-negro), más
una cajita para plumillas de recambio (o una figura). Se hacían de todo: cerámica,
ebonita, madera (de toda variedad), metálicas (fundición o plata troquelada), cristal,
y piedras semipreciosas (ónice, jade, etc.).
Escribanías de ebonita, bronce (con tarjetero), cerámica
y baquelita
Pero si había que viajar o desplazarse
(médicos, representantes, militares en campaña), se necesitaban los TINTEROS DE
VIAJE, resistentes y estancos. Siempre con un doble cierre, pequeños y bastante
irrompibles.
Tres fotos mostrando la doble apertura en dos tinteros de
viaje. El izquierdo, muy básico, de baquelita gruesa roscada, y el derecho de
latón forrado de piel, de tapas articuladas y contenedor de cristal.Y uno que traerá recuerdos de juventud en los mayores: un tintero de pupitre (el habitual era de loza, pero los había de cristal, y últimamente en baquelita), que se encajaba en uno o dos agujeros circulares arriba, y que el maestro iba llenando con un frasco de tinta de un litro antes de las clases de caligrafía “inglesa” con plumilla.
Tintero de pupitre en loza, pupitre doble con agujero
para el tintero (se ven además las pizarritas y pizarrines),
y tintero de cristal (éste también podría ser interno de un tintero metálico,
por su apertura ancha)
La tinta de entonces tardaba
en evaporarse, y existía un alto riesgo de emborronar lo recién escrito. Se
necesitaban los SECANTES.
Los más frecuentes eran
de un grueso papel fibroso muy absorbente, que podía presentarse desde en simples
hojas con propaganda, a las conocidas “mecedoras” con mango y las hojas
sustituibles.
Pero también hubo variantes, como piedras de tiza o
sepiolita talladas en rodillos y enmangados.
¿Y con las equivocaciones?
Se tenían los RASCADORES:
Usados
con suavidad, habilidad y paciencia, a veces funcionaban. Las más veces
conseguían un agujero en el papel. Era mejor tachar.
Su
uso venía desde la época del pergamino, donde funcionaban mejor.
Los había simples con mangos
de madera o hueso (pocos de marfil), los de plata eran frecuentes, e incluso
vemos uno de hoja retráctil.
Para
evitar hacer un agujero, se produjeron – ya avanzado el s.XX - “Gomas para tinta”, caucho con amalgama de
sílice con diferente granulometría (lápiz y tinta), duras como piedras de
afilar, y que resolvieron el tema…bastante deficientemente.
Eso
sí, limpian muy bien los contactos electrónicos, que no deja de ser algo para
nuestra escritura actual.
Esperamos
haber ilustrado la enorme cantidad de accesorios que se necesitaban para
escribir con plumillas, e imaginar que “escribir” era un ejercicio laborioso,
lento y caro.
Había
que poder, y había que ponerse.
Los
que lo hacían habitualmente, tenían una mesa con sus bordes repletos de
accesorios, y los (pobrecillos) que iban itinerantes, cargaban en un cofre con
todo – pero con solo - lo necesario.
Aún así, no se ha agotado la lista. Solo hemos mencionado
los accesorios “de escribir”. Luego, si se enviaba un correo, al cerrarlo se
lacraba, con “lacre” fundido a la llama, vertido y marcado en fundido con un
“sello” (o “cuño”, o “troquel”) que marcaba el origen.
Aunque también hubo sellos de “Oblea” (de harina y clara
de huevo, o bien de gelatina), teñidas en bermellón, de unos dos centímetros de
diámetro (Hoy vuelven a estar de moda, aunque autoadhesivas, con formas de
estrella circular y con el logo de empresa).
Al
abrir la misiva, se usaban los “abrecartas”.
Remedos
de cuchillos algo menos afilados, desde los más simples a los más ornados,
figurativos o de recuerdo.
Son
en sí mismos objetos coleccionables.
La alta correspondencia oficial marcaba sus hojas con un “Sello seco”, que deformaba el papel. Los documentos oficiales normales usaron – y a más, mejor - los “Sellos de goma” (antes en madera) o “Tampones” entintados desde una almohadilla con tintas grasas (insolubles) de color generalmente violeta o rojo. Los burócratas siguieron disfrutando inventando los “Timbres” (como un sello postal) que se pegaban al papel (para “oficializarlo”) y, para no estragarse al cabo del día, se mojaban desde un artilugio de bola, rodillo o esponja con agua.
Sello de un acta (1732) – Sello seco de la reina Isabel
II (1858) – Timbre (1898)
El burócrata señaló además la necesidad de copias, para
lo que se creó el “Papel de calco” (o “papel carbón”), aunque ya antes en las
oficinas se usaba el lápiz copiativo y el “papel-japón” (o “papel-seda”).
Si escribir era un mundo, los documentos oficiales eran
el cosmos.
Miguel
Huineman
Se
agradece la colaboración entusiasta y desinteresada de D. José Mª Palomo (“scribens”),
tanto en la preparación y revisión de la presente entrada, como suministrado
multitud de fotografías de su extensa colección, de las que lamentablemente
solo hemos podido incluir unas cuantas.
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