viernes, 28 de abril de 2017

INTRUMENTOS DE ESCRITURA 3 – Accesorios


Una plumilla sola no puede escribir.

El primer accesorio necesario es un MANGO o PALILLERO donde montarla, y así poder usarla.

Pero el mostrado de madera – perfecto en su simplicidad - parece muy “básico”. Seguro que se nos ocurren mejoras y sofisticaciones:

Más gruesos (y pesados) en maderas nobles pulidas, pintados (más bonitos y suaves), con zona de agarre en corcho (más cómodos), y luego más “distinguidos” (y caros, para presumir): mango de hueso (otomano), metálico con hoja de roble figural (canadiense), y “de señora” con mango de hueso tallado (además de marfil, púa de puercoespín, ámbar, etc.).
Pero – sobre todo los tres últimos – no mejoran al básico en escritura. Para ello hubo quienes tuvieron una buena idea: los calígrafos norteamericanos Zaner y Bloser, que tenían una academia de caligrafía (desde 1895, y aún existe hoy), inventaron un mango ligero y anatómico que luego Esterbrook denominó “Correct  Grip” (agarre correcto).

Otra idea, dado que la plumilla “oblicua” solo existe para escritura simple, es un “palillero oblicuo” que permite montar cualquier otra plumilla y mantener la cualidad de “ver” lo que se va escribiendo.


Y se inventaron muchas formas de montaje de las plumillas:

Agujero con cilindro interior – Doble tubo (2) – Tubo con dobleces – Tubo con cortes remetidos – Corona interna – Tubo interno rasgado



Acabada la escritura, ¿dónde se deja esto pringoso?

En un SOPORTE

Desde simples chapas troqueladas y unidas por tres barras, a chapas dobladas con remaches prominentes, a la fundición, y de cristal.

Dos tienen cepillos para limpiar y proteger las plumillas de la corrosión (si antes se habían lavado con agua, mejor).

El de fundición y el de cristal son “a dos lados”, útiles en mesas de agentes comerciales, bancos y agencias de seguros.


¿Y la tinta? – En el TINTERO.

Los había de mesa, de todo material no corroible imaginable: vidrio y cristal, cerámica y loza, baquelita, ebonita, metal con contenedor cerámico o de cristal, cuerno, conchas de Nautilus, etc.
Y desde los simples a los más figurativos.
Son en sí mismos objetos de colección, con numerosos libros sobre ellos.
A la izquierda, un tintero simple de cristal. En el centro, un tintero de porcelana holandesa (la francesa de Limoges es famosa). A la derecha, un sofisticado tintero figurativo en memoria de los blindados Renault Ft 17 de la I Guerra, donde se accede al tintero de cristal levantando el casco.

Los despachos solían tener las ESCRIBANÍAS, bases que aglomeraban soportes o bandejas para los palilleros, uno - o más usualmente - dos tinteros (para rojo, y para negro o azul-negro), más una cajita para plumillas de recambio (o una figura). Se hacían de todo: cerámica, ebonita, madera (de toda variedad), metálicas (fundición o plata troquelada), cristal, y piedras semipreciosas (ónice, jade, etc.).
Escribanías de ebonita, bronce (con tarjetero), cerámica y baquelita 

Pero si había que viajar o desplazarse (médicos, representantes, militares en campaña), se necesitaban los TINTEROS DE VIAJE, resistentes y estancos. Siempre con un doble cierre, pequeños y bastante irrompibles.
Tres fotos mostrando la doble apertura en dos tinteros de viaje. El izquierdo, muy básico, de baquelita gruesa roscada, y el derecho de latón forrado de piel, de tapas articuladas y contenedor de cristal.

Y uno que traerá recuerdos de juventud en los mayores: un tintero de pupitre (el habitual era de loza, pero los había de cristal, y últimamente en baquelita), que se encajaba en uno o dos agujeros circulares arriba, y que el maestro iba llenando con un frasco de tinta de un litro antes de las clases de caligrafía “inglesa” con plumilla.

Tintero de pupitre en loza, pupitre doble con agujero para el tintero (se ven además las pizarritas y pizarrines), y tintero de cristal (éste también podría ser interno de un tintero metálico, por su apertura ancha)

La tinta de entonces tardaba en evaporarse, y existía un alto riesgo de emborronar lo recién escrito. Se necesitaban los SECANTES.
Los más frecuentes eran de un grueso papel fibroso muy absorbente, que podía presentarse desde en simples hojas con propaganda, a las conocidas “mecedoras” con mango y las hojas sustituibles.


Pero también hubo variantes, como piedras de tiza o sepiolita talladas en rodillos y enmangados. 

¿Y con las equivocaciones?

Se tenían los RASCADORES:

Usados con suavidad, habilidad y paciencia, a veces funcionaban. Las más veces conseguían un agujero en el papel. Era mejor tachar.
Su uso venía desde la época del pergamino, donde funcionaban mejor.
Los había simples con mangos de madera o hueso (pocos de marfil), los de plata eran frecuentes, e incluso vemos uno de hoja retráctil.
Para evitar hacer un agujero, se produjeron – ya avanzado el s.XX -  “Gomas para tinta”, caucho con amalgama de sílice con diferente granulometría (lápiz y tinta), duras como piedras de afilar, y que resolvieron el tema…bastante deficientemente.
Eso sí, limpian muy bien los contactos electrónicos, que no deja de ser algo para nuestra escritura actual.




Esperamos haber ilustrado la enorme cantidad de accesorios que se necesitaban para escribir con plumillas, e imaginar que “escribir” era un ejercicio laborioso, lento y caro.
Había que poder, y había que ponerse.
Los que lo hacían habitualmente, tenían una mesa con sus bordes repletos de accesorios, y los (pobrecillos) que iban itinerantes, cargaban en un cofre con todo – pero con solo - lo necesario. 

Aún así, no se ha agotado la lista. Solo hemos mencionado los accesorios “de escribir”. Luego, si se enviaba un correo, al cerrarlo se lacraba, con “lacre” fundido a la llama, vertido y marcado en fundido con un “sello” (o “cuño”, o “troquel”) que marcaba el origen.

Aunque también hubo sellos de “Oblea” (de harina y clara de huevo, o bien de gelatina), teñidas en bermellón, de unos dos centímetros de diámetro (Hoy vuelven a estar de moda, aunque autoadhesivas, con formas de estrella circular y con el logo de empresa).

Al abrir la misiva, se usaban los “abrecartas”.
Remedos de cuchillos algo menos afilados, desde los más simples a los más ornados, figurativos o de recuerdo.
Son en sí mismos objetos coleccionables.



La alta correspondencia oficial marcaba sus hojas con un “Sello seco”, que deformaba el papel. Los documentos oficiales normales usaron – y a más, mejor - los “Sellos de goma” (antes en madera) o “Tampones” entintados desde una almohadilla con tintas grasas (insolubles) de color generalmente violeta o rojo. Los burócratas siguieron disfrutando inventando los “Timbres” (como un sello postal) que se pegaban al papel (para “oficializarlo”) y, para no estragarse al cabo del día, se mojaban desde un artilugio de bola, rodillo o esponja con agua.

Sello de un acta (1732) – Sello seco de la reina Isabel II (1858) – Timbre (1898)

El burócrata señaló además la necesidad de copias, para lo que se creó el “Papel de calco” (o “papel carbón”), aunque ya antes en las oficinas se usaba el lápiz copiativo y el “papel-japón” (o “papel-seda”).
Si escribir era un mundo, los documentos oficiales eran el cosmos.





Miguel Huineman



Se agradece la colaboración entusiasta y desinteresada de D. José Mª Palomo (“scribens”), tanto en la preparación y revisión de la presente entrada, como suministrado multitud de fotografías de su extensa colección, de las que lamentablemente solo hemos podido incluir unas cuantas.

viernes, 21 de abril de 2017

INSTRUMENTOS de ESCRITURA 2 – PLUMILLAS


Un invento de primer orden.

Más de cien años de hegemonía absoluta, y aún en producción.

No es que haya mucho escrito sobre el tema - comparado con las estilográficas - y lo poco que hay está casi todo en inglés.
Como el compensar la injusticia excede a este blog, damos a continuación dos muy buenos y explicativos estudios disponibles gratuitamente en internet:


Disponible como libro (p.ej. en Amazon), también se tiene digitalizado en la biblioteca del “Proyecto Gutemberg”, que recomendamos conocer y utilizar.
Dividido en tres capítulos, el primero (¡denso!) da todas las referencias históricas, el segundo explica el proceso de fabricación, con preciosos dibujos a plumilla de época, y el tercero relata la historia de la marca Perry & Co. con algunas de sus plumillas.


The Steel Pen Trade – A.A.S. Charles

Basado en el anterior, aunque escrito cien años después, utiliza desde dibujos del anterior a fotografías (en B&N), y trata sobre los fabricantes y marquistas ingleses de 1930-80, el proceso de fabricación (manual y automatizado), los mercados mundiales, y algo de la marca D. Leonardt & Co.
También está disponible como libro impreso.


Con esto liberado, podemos iniciar el inmenso tema…por alguna parte.
Digamos que el diseño copió la punta afilada de una pluma de ave, y se intentaba que fuera igual de flexible.
Lo primero que hoy se aprecia es que los gavilanes – sin iridio - se abren, y al menor desplazamiento lateral, ¡RASCAN!

Los niños aprendían no solo caligrafía, sino a tener una mano suave, a no apretar sino modular la presión para obtener un ancho variable, fino en las subidas y transversales, grueso en las descendentes. 

Lo siguiente que hay que mencionar, viendo arriba la punta doblada para minimizar el rascado, es que el ángulo de la plumilla con el papel debía ser mucho más tumbado que el actualmente usado (y derivado del uso casi vertical del bolígrafo).

Catálogo Soennecken: ¿Qué plumín es mejor para mi mano?
En el recuadro: postura normal y oblicua, con los números de pumillas fina, media y gruesa.

Luego estaba la tinta. La usada hoy para estilográficas debe ser muy fluida, pero no se agarra bien a una plumilla. Las tintas de plumilla suelen tener goma laca, goma arábiga u otro espesante, que aumentan su capacidad de adherencia (y que si se usan en estilográficas, las atascan).

Además, las plumillas de nuevas venían con el aceite de fabricación, que las protegía del óxido y de pegarse unas a otras. Sobre aceite ninguna tinta “moja”, y hay que retirarlo con alcohol, con pasta de dientes, o pasándolas por la llama (¡ojo!, muy poco o se destemplan).
Una vez desprotegidas, la corrosiva tinta ferrogálica de entonces las echaba a perder en breve, aunque se lavaran y secaran tras su uso.

Duraban poco. Se vendían normalmente en cajas de 25 o 100.
Y como dice Charles en su libro, se vendían miles de cajas a cada cliente (ministerios, bancos, ferrocarriles, etc.) en cada pedido recurrente.
En un intento de evitar al mismo tiempo el rascado y la corrosión, se usó el cristal.

Funcionan bastante bien, pero el conjunto resulta pesado y un mínimo golpe las desportilla (ver el mango inferior).
Las originales – dirigidas a particulares y uso personal - son bastante escasas. Hoy abundan las copias, sobre todo las gordas italianas “de Murano” (las mostradas).

Otro intento de evitar al mismo tiempo el rascado y la corrosión, ya relativamente reciente (ca. 1910), fue el de usar plumillas de oro con iridio. Muy caras como plumillas, desaparecieron frente a los plumines de estilográfica.


Veamos ahora las muy distintas formas de pumillas: tomamos como base un catálogo “físico” de las más frecuentes de la marca española JAER, que las identifica por nombre.

Algunas se repiten con una “N” tras el número, que indica que son “niqueladas” (un intento de hacerlas algo menos oxidables), pero había otros tratamientos como el pavonado (gris oscuro, debajo de la “Dibujo 809N”), cobrizado, etc.

Algunos dirán que son pocas, que catálogos de otras marcas extranjeras tenían muchas más, como el enorme y magnífico de Esterbrook en USA, o el de Soennecken en Alemania, por ejemplos.


Pero si se fijan, el de JAER solo muestra plumillas de “escritura”, y solo una o dos por “tipo”. El de Soennecken muestra todas (caligrafía, rotulación, trazado, etc.), y a cambio no tiene el “Pico Pato” entre sus oblicuas.

Había plumillas para todo lo imaginable, y con las sutilezas de cada uso y cliente (incluso para escribir sobre lino en lavanderías). Los colegios franceses usaban plumines “finos”, mientras que árabes, iraníes, urdus y magrebíes preferían puntas más anchas y preparadas para escribir de derecha a izquierda.
Y si los clientes o mercados pedían por cientos de miles, se les hacían.

Plumilla para las Oficinas de Correos de Uruguay


Veamos los tipos básicos: 

CORONA

Una plumilla de escritura en general. Ésta está “cobrizada”.

BOLITA (CUCHARILLA)

Otra plumilla de escritura general.
La marca “Cervantinas” solía marcar el año de producción, en el que además variaban ligeramente de forma y acabado.

HERRADURA

Escritura general.
Según el catálogo de R.Esterbrook, era su modelo más popular (llamadas “Falcon”).
Puede verse que la punta está conformada en un intento de disminuir su rascado.

LANZA

Rígidas, para escritura rápida.

SARGENTO (BRIGADA)

Una variedad de la “Lanza”, pero muy rígida (de ahí su nombre, por la fama de los homónimos militares).


IRIDIUM (DINÁMICA, IMPERIAL,…)

Rígidas, para escritura rápida y economía de tinta. Usadas en las escuelas para caligrafía, y por dibujantes que preferían su trazo más grueso, rápido y suelto que con las finas de dibujo (ver más adelante).
Volvemos a ver evolución de forma con los años.


OBLICUA y PICO PATO

Su principal virtud está en que permite ver lo que se va escribiendo, sin afectar al apoyo, ya que el punto está en el eje del cuerpo.
En la JAER 807 se aprecian ranuras para un extra de flexibilidad.


CORTE ESPAÑOL (“Stub”)

Plumín “itálico” que modula el ancho de trazo, de grueso en los descendentes, a fino en los transversales.


DIBUJO (“Crow Quill”)

Súper-flexibles, pequeñas y de menor diámetro transversal que el resto (necesitan de un mango propio). Trazo extra fino.
Por lo general pavonadas.


OTROS MODELOS DE USO ESPECÍFICO:

Izq.: TAQUIGRÁFICA (ESTENOGRÁFICA) – Escritura muy rápida con gran carga de tinta.
Der: PARALELAS – Realmente dos plumillas a distancia fija.

Izq.: ITÁLICAS – Punta recta. Escritura similar a la pluma de ave, para caligrafía en alfabetos Gótico, Latino, Uncial, Carolingio, etc.
Der: ARÁBIGA – Punta recta. Escritura árabe de derecha a izquierda.

MUSICALES
Arriba: Pentagrama. Abajo: escritura de Notas (con doble ranura)
Las españolas (der.) son simples. Las alemanas (izq.) llevan chapas postizas para aumentar la carga (ver abajo).

Izq: Contabilidad (EF, rígida). Centro y Der: Fantasía (italianas)


Por último (de lo que aquí mencionamos sobre plumillas), la carga de tinta en cada mojado era pequeña. Cada dos renglones a lo sumo había que interrumpir para volver a mojarla.
Si esto era una pesadez en escritura, en otras aplicaciones como rotulación, trazado, e incluso caligrafía, era un desastre agotar la tinta antes de terminar el trazo.
Se añadieron así unos postizos pavonados de chapa puestos sobre y bajo la plumilla que aumentaban notablemente su carga de tinta (¡y su borrón si se sacudía!).

Las plumillas se envasaban en cajas, metálicas o de cartulina, conteniendo generalmente 100 (a veces 25, a veces una gruesa), y casi siempre decoradas, que hacen que su coleccionismo sea frecuente.


Un detalle típico es que en el anverso de las cajas siempre se alaban las excelsas cualidades de su marca.


Aunque no siempre los hechos demostraban “los cuidadosos métodos, técnica especializada y la escrupulosa selección”:

Arriba se observa que troquelaron lo escrito en el anverso de la plancha, y abajo se aprecia un fuerte desvío en la alineación.






Miguel Huineman


Se agradece la colaboración entusiasta y desinteresada de D. José Mª Palomo (“scribens”), tanto en la preparación de la presente entrada, como suministrando multitud de fotografías de su colección, de las que lamentablemente solo hemos podido incluir unas pocas.

viernes, 14 de abril de 2017

INSTRUMENTOS de ESCRITURA 1 – Los orígenes


Dejando constancia escrita, la Humanidad entra en la Historia.

Los sumerios del 3200 a.C. en Mesopotamia (hoy Irak) escribían sobre tablillas de barro húmedo con palitos de cáñamo tallados en cuña, de donde viene el nombre de escritura “cuneiforme”.
En su época más complicada tuvo unos 900 signos, y nunca bajó de 400 (¡facilísimo!). Se usaba para todo, lo más para contratos, aunque famosos son el Código de Hammurabi y la historia de Gilgamesh.

Tuvo bastante éxito, y otras muchas culturas la adoptaron: acadios, babilonios, elanitas, hititas y asirios (cada una con su lengua).


Parece que fue allá por la V dinastía egipcia (2450 a.C.) que los faraones empezaron a usar escribas para dejar constancia de los hechos importantes, y estos venerados personajes – educados desde niños y usando hasta 6.000 signos – escribían en “hierático” con cálamos hechos de juncos biselados sobre papiros, de derecha a izquierda, con tinta negra (remarcando en roja).
Para simplificar y escribir más rápido, sobre el 660 a.C. evolucionaron hacia la escritura “demótica” (del gr: popular) para textos administrativos, legales y comerciales, con signos más conceptuales. El ejemplo más conocido es la Piedra Rosetta.

A todo esto, los chinos evolucionaron su escritura basándose en el pincel (y la tinta “china”), inventando el papel, y extendiendo su cultura por toda Asia. En Japón, los escritores excelentes son considerados “patrimonios vivientes”.



Los griegos parece que fueron los que inventaron el “laptop”, pero en madera con una capa de cera. Los romanos, gente práctica donde los hubo, copiaron y extendieron su uso.
Museo de Berlin, pintura griega en una vasija.
Fresco de Pompeya, mujer con tablilla múltiple, que algunos asocian a Hipatía.
Fresco de Pompeya (Villa di Guilia Felice), retrato del panadero Terentius Neo (con un pergamino) y su esposa, que tiene una tablilla y stilum. 

En las escuelas de primaria (7 a 12 años) ya usaban las “tabella cerata” por su facilidad de corrección y borrado, escribiendo con los “stilum” de un extremo afilado para escribir, y el otro extremo con una paleta para borrar. La escritura era en alfabeto cursivo antiguo, en mayúsculas.

Luego ya en secundaria empleaban papiro, vitela y pergamino, y las “penne”, fueran de cálamos, metálicas o plumas de ave. Desde el s.III la escritura secundaria fue en cursiva minúscula.

La pluma de ave, más flexible que el cálamo, se prestaba de maravilla a esta caligrafía.
Estuvo en uso más de dieciséis siglos. 

Y estas escrituras romanas se expandieron - a lo que nos interesa en este rápido recorrido - por los reinos bárbaros visigodos (España, Portugal y Septimania francesa). El alfabeto cursivo en mayúsculas evolucionó al “Uncialis”.
Mientras, en el imperio Romano-Germánico, Carlomagno mandó diseñar la escritura “Carolingia” en un intento de popularizar la escritura, aunque los mismos  germanos inventaron la letra “Gótica”, que mandó al traste las aspiraciones del emperador, haciéndose más y más rebuscada, hasta que casi ni los mismos monjes que la escribían podían leerla con fluidez. 

Ya en el Renacimiento, el geógrafo flamenco Mercator escribió un libro sobre cómo escribir, y en él hay un dibujo de una pluma:



¿Sorprendidos? – Pues si, a la pluma se le quitaban las barbas para que el aire no “frenara” su rápido movimiento. Sólo interesaba el “cañón”.

Tintero de cerámica para 3 colores de tinta y con agujeros de soporte
Pluma de ganso con los típicos dos cortes de punta y ranura central

Lo que pasa en el arte, al que hoy estamos acostumbrados, es que representan a la pluma entera (y enorme) para que reconozcamos con ella a un escritor, fuera un evangelista, Cervantes o Shakespeare.
¿Sería igual si el personaje sujetase un pequeño “palito” curvo?

Por entonces (s. XVI), Mercator tenía un taller en Amberes, en el mismo edificio de la imprenta Plantin-Moretus (hoy es un Patrimonio de la Humanidad), y las imprentas acabaron con los copistas medievales.

Varias imprentas en la casa-museo de Plantin-Moretus

 La escritura se retiró de los temas – llamémosles – de difusión cultural (libros) y quedó donde sí que se necesitaba (comercio, sentencias, actas, cartas, etc.), y una perfecta escritura era precisa. Volvieron los “escribas”, ahora llamados “escribanos”, y como aquéllos, necesitaban un alfabeto “tipo demótico”, fácil y rápido.
Apareció la letra “Cancilleresca”, y las escuelas de escritura.

Fragmento de un texto manuscrito con pluma de ave (Museo de Plantin-Moretus)

Y la rápida escritura “Cursiva” (del latín “curro”, correr), cuya característica más típica es su inclinación a la derecha.

Fragmento de un acta de 1665

Pero la humanidad crecía, el comercio crecía, y la escritura no daba abasto arrancando las tres primeras plumas remeras a gansos, pavos, patos e incluso cuervos (para dibujo). Se compraban por mazos, se desgastaban rápido sobre el pergamino y el antiguo papel hecho a mano (unas cinco hojas por punta), se re-afilaban por mazos (había un oficio  para ello), y se gastaban de nuevo hasta que el cañón de la pluma quedaba tan corto que ya era inútil.

Y aquí es cuando, alrededor de 1830, la Revolución Industrial y el acero de Birmingham solucionaron el problema. Por más de cien años.

Inventaron y perfeccionaron la PLUMILLA.




Miguel Huineman



Nota: Se inicia con ésta una serie de tres entradas dedicadas a los orígenes de los instrumentos de escritura, que imbrica las estilográficas como herederas de las plumillas, y éstas a su vez de la pluma de ave y del cálamo, y las circunstancias que las acompañaron.
El tema entra bien en lo que ya se señala en el lateral derecho del blog, y añade comprensión al avance que supuso la estilográfica, hace ahora casi un siglo, simplificando el escribir.
Aunque en este dilatado periodo “lo español” es irrelevante, se ha procurado mantener el espíritu del blog en lo posible, mostrando elementos nacionales siempre que han estado disponibles.